martes, 16 de febrero de 2010

Frasquitos de olor

Abrí el gabinete del baño y me encontré tu risa encerrada en el perfume aún sin estrenar. Olía a cariño, a niñez, incluso al postre que preparaba tu hermana y dejaba junto al escritorio que había en tu cuarto. ¿Te acuerdas? La verdad es que yo no. Ese momento se había borrado de mi mente, hasta que aspiré tu fragancia, la que cargabas cuando te visitaba en mis últimas tardes de bachillerato.

Me detuve a recordar, pero no quise irme por el lado frecuente. El olor a adolescente era penetrante. Cerré los ojos sin ahondar en pensamientos. En cambio, quería comprobar si a mi mente podían venir toda clase de detalles. Pero, casualmente, la vida me tenía una prueba divertida. Ese día cada puerta que necesitaba abrir, se convirtió en una ventana a la imaginación. Claro, yo solo me di cuenta cuando, al final del día, los recopilé en miles de instantes que han formado parte de mi vida. Una suerte de Frasquitos de olor. Decidí llamarlos así porque, aunque no todos fueran necesariamente “frasquitos”, sí es verdad que todos tienen un olor contundente en mi memoria: el olor a recuerdo. Y ese recuerdo, no solo forma parte de mi vida, sino de los seres que están conmigo viviendo una historia que escribo de a gotas en este blog.


Frasquito uno (después del perfume con olor a dioses): Las fotos de Andrea A. Morales. El olor a talento desperdiciado.

Flexibilidad. Primer recuerdo. Desde que vi sus fotos Sacadas del fondo del mar, hago ejercicios diarios de apertura. Me pica la rótula y la pancita por estirarme y quemar grasa. No vale la pena definir el baile, la pasión por la danza. Creo que eso se lleva, aunque algunos no podamos llevarlo como quisiéramos. La oportunidad de haber pisado un linóleo alguna vez, o sentir la emoción desde un teatro (pero desde el lado del escenario, de los camerinos) hace que no quieras despegarte de ese nerviosismo que se siente antes de salir.

Quizá sea un insulto para los que de verdad han dedicado su vida al arte de aparecer y destrozar la escena como se les venga en gana, porque se han partido los huesos para llegar hasta allí. Pero esto del amor es así, injusto. Y yo, aunque no lo haya hecho todo por alcanzar un puesto en la industria, ahora me siento (más que nunca) súper cerca de eso que amo (y ellos también). Se llama injusticia. Pero injusticia sabrosa, encantadora. Así soy. Amo el baile, aún en la distancia. Y punto.


Frasquito dos: La funeraria. El olor a tristeza.

Esto de sentir olores no siempre es sinónimo de sonrisas. El señor electricista del edificio murió y en el velorio estaba presente todo el conjunto residencial. Junto al abrazo esperanzador, corrí la mirada a los ojos vidriosos de mi abuela. Y supe que la vivencia estaba latente. Que la urna colocada en la misma postura era un deja vú. Que la vida se empeña en oler a recuerdo triste sin sanar para con las personas que queremos. Y nos salimos de ahí agarradas de la mano de una manera cómplice. Pasamos el trago amargo con un helado y una tarde de televisión juntas.


Frasquito tres: Los exilios. El olor a orgullo por las decisiones tomadas.

Pasa que es más frecuente que un amigo vaya al exterior, a que se quede por amor al país. Independientemente de mis deseos nacionalistas y el sentimiento patriótico que no oculto (pero por el que tampoco marcho), el hecho de ver cada día más hermanos afuera, me recuerdan mis planes londinenses en pro del amor. Ese deseo de ser corresponsal en algún diario europeo para consumar mi carrera, a la vez que estudiaba arte, idiomas, danza -o cualquier otra cosa que viniera de la mano con el amor-, se vinieron abajo cuando me di cuenta que solo era una fragancia, un olor que se sumaba al adiós. Eso de dejar mi patria solo por la histeria juvenil de empezar una vida nueva, dejando a mis verdaderas presencias aquí, se esfumó así, sin más, el día que decidí dar vuelta a la página.

El deseo de un “nosotros” tenía que darse solo. Sin viajes, sin olvido, sin “empezar” algo nuevo que no había concluido la primera vez. Por eso me siento feliz de no haberme idealizado en la respuesta definitiva del “sí, para siempre” que hubiera sonado contundente.


Frasquito cuatro: La permanencia. El olor a tinta.

Mi compañera, al frente cada mañana, prefiere estar todo el día bajo el yugo esclavizante del teclado y las páginas impresas, a tener que pensar. Me recuerda el olor del despecho y el “necesito estar ocupada”, que se parece al de la desesperación. Trato de enviarle mensajes, desde la distancia. Se me hace difícil conocer su historia y no ponerme en su lugar sin querer darle algún consejo, pero creo que mi lugar no está en la intromisión, aún cuando las palabra no son soluciones. Cada persona vive el dolor a su antojo, y creo que a mí no se me antoja estar en su lista de cercanos solo por este rato. Nunca he sido de las constantes en su lista. Espero que algún día pueda serlo, aún cuando no haya sanado.


La gota que derramó el frasquito (quinto): La pregunta imprudente. El olor a libertad.

Las tardes familiares de cariño y mucha confianza no son convenientes. Mucho menos aconsejables. Este fue el olor que me hizo tener la certeza de que poco a poco todo va sanando y que, decir adiós, es solo el inicio de un proceso por el que ya voy finalizando mi tránsito.

La pregunta que por mucho tiempo fue imprudente: (“¿Volviste a saber de él?”) Se convirtió ese día en una más, como cualquier otra. No me dio un sustico en la panza, más bien me dieron ganas de responderla con cariño para propiciar la calma entre mis afectos. A la vez que respondía “No, más nunca…” pensé en que si me hubieran preguntado algo más imprudente aún (del tipo “¿qué harías si lo ves en este momento?”) No sabría qué decir. Y de hecho lo preguntaron. Respondí que saludaría, sin mucho gusto. Pensé entonces: ¿Será que sentiré algo? ¿Será que aún necesito estar muy ocupada? ¿Será que es recíproco, aunque ninguno de los dos lo haya pensado? Y recordé mi condición de sensibilidad femenina. El olor a vida nueva se impregnó en mi cuerpo inmediatamente y recordé que ahora estoy del otro lado del sentimiento, porque se derramó el frasco. Ahora huelo a libertad y a sonrisa sincera, como la de la fragancia que me llevó a escribir esto. Pero en otras circunstancias.

3 comentarios:

nonenonenone dijo...

Me encanta.

Quiero ser ese sexto frasquito con olor a amigo nuevo y eterno. Me llevaste a pasear por mi mente y mis frasquitos. Gracias.

Anónimo dijo...

Excelente!

Unknown dijo...

muy interesante eso de los frasquitos me gusto tanto que lo e leido 3 veces jejeej