domingo, 23 de octubre de 2011

La energía que no cesa

Para José Castro, que nos dejó muy rápido

Estoy segura de que Jose no se aprendió mi primer nombre y por eso me decía Alejandra. Jose, porque a los José nunca se les coloca el acento en la oralidad. Hace dos años que lo conocí cuando compartíamos por casualidad un salón de clases, a pesar de que yo estaba unos semestres más avanzada que él. Era Periodismo I, esa cátedra que imparten en sexto semestre de Comunicación Social y que solo a los que quieren estudiar la mención no les resulta tediosa (unos… ¿cinco? Por salón) y, obviamente, era el menos interesado. Quería que llegaran ya sus momentos de creación y locuras en un set de grabación. Momentos en los que vi a ese metro setenta, delgado, de ojos claros, cabello oscuro y sonrisa radiante vestido hasta de Superman junto al Aula Magna de la UCAB. Sin embargo no escribía mal. Recuerdo que llevaba siempre acontecimientos deportivos para redactar con un resultado de 16 puntos la mayoría de las veces.

–Alejandra, ¡ayúdame a hacer esto!

–No te lo voy a hacer, Jose– Y contaba cualquier chiste que hiciera quedarme un rato más en su computadora leyendo la nota, sentado al lado de sus inseparables Teffi, Ernesto o Lis.

Luego de ese periodo, coincidimos en el peor de nuestros momentos como estudiantes: el curso de inducción al servicio comunitario. Él había rumbeado toda la noche, pensaba yo, pero en verdad estaba llegando de trabajar con los ojos rojos y el sueño que lo arropó durante todo el día. Era animador de eventos y estuvimos debatiendo sobre lo  interesante que sería trabajar juntos en el asunto. Nunca se dio, pero siempre creí en que su energía era buena para ese tipo de actividades.

Tan buena que un año más tarde se convirtió en el animador de la segunda edición del  Zapato de Oro –una premiación estudiantil que realiza el Centro de Estudiantes de Comunicación Social para los trabajos académicos de los últimos semestres–, por empeño mío. Al principio, junto con Néstor y Keyla, los otros dos animadores, lucía nervioso. Pero luego se fue dando una atmósfera de confianza, en la que pudo posar a la cámara con seguridad y muecas hasta que la banda Lebronch cerró el show y respiró profundo al saber que cumplió el objetivo, esta vez sin estar disfrazado.

Desde ahí no volvimos a compartir en grandes momentos universitarios, aunque sí recuerdo haber bailado con él en la fiesta Pendiente de nada y habernos saludado varias veces en el Fashion Boulevard –así le decimos al pasillo central de la universidad- antes de que se acabaran las clases en julio de 2011.

Estando de vacaciones me enteré que Jose, el de la energía inacabable y el “Alejandra” a todo volumen, había chocado en un accidente automovilístico y no nos volveríamos a encontrar. Jose se unió, pues, a Alejandro Sanjinés, recién egresado de la universidad y a Juan Manuel Fernández, estudiante del último año de ingeniería que murió el mismo día de las elecciones estudiantiles cuando íbamos camino a celebrar el triunfo de los nuevos representantes. Los dos accidentes en mayo. La remoción de emociones, sentimientos y recuerdos de la comunidad ucabista en general es siempre catastrófica en estos casos. Seas amigo o no, hayas compartido o no.

¿Cuántos accidentes más de gente querida tienen que suceder para que entendamos que el alcohol y la velocidad no son buenos compañeros de juego? Estos factores se sumaron en los últimos dos accidentes y el resultado fue el mismo.

El día que entregaron los reconocimientos al Ucabista Integral, la mamá de Fernández lo recibió en su nombre y la comunidad ucabista, de pie, aplaudió su dolor y lágrimas, tal como lo hará en febrero cuando suba al estrado del Aula Magna para recibir el título de su hijo. El mismo dolor que padecieron los amigos de Sanjinés, la mayoría estudiantes de noveno semestre, que no sintieron ánimos de entregar asignaciones académicas o asistir a fiestas propias de un veinteañero cuando sucedió el accidente.

Los primeros días de octubre resultaron grises para la sección 001 de noveno semestre de Artes Audiovisuales. Algunos lloran por segunda vez en el año la pérdida de un amigo. Rebeca Vaisberg, profesora de Morfosintaxis –materia filtro que se imparte en el primer semestre de la carrera- le escribió un correo a los chicos, que recordaba la energía e inteligencia de Jose en el salón. Definitivamente un chico que trascendió, para que una profe tan querida y temida a la vez se tomara el tiempo de recordarlo en voz alta. Por esos mismos días, el papá, quien lleva su cuenta de Facebook ahora, publicó unas citas de debate político y filosófico que Jose tenía escritos en su libreta de pensamientos.

El tiempo transcurre y ya va un mes de dedicatorias en tesis y otros logros de sus compañeros de salón. Hace días que transmiten en la televisión la publicidad del segundo concurso LipDub. Ese que Jose dirigió con un megáfono en los jardines y pasillos de la universidad durante su breve mandato como co-presidente de Cecoso y que luego sirvió para motivar a los nuevos estudiantes en la inducción por escuela.

Seguro este año ganan, Jose. Porque lo están haciendo por ti y ellos dicen que tu energía aún está presente.

Por cierto, mi primer nombre es Marcy.

Qué estés bien.


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