Requisitos: no le voy a poner una canción obligatoria que deberá escuchar a lo largo de este post. Simplemente, le sugeriré que tome un bolso en donde puedan caber todos los equipos necesarios para adentrarse en la vía subterránea que a continuación describo. Un dispositivo con su música preferida, un buen libro, un celular con señal, un abanico (o papelito que lo simule) y todas las guías o apuntes que necesite un estudiante universitario en época de parciales, quizá no sean suficientes para aguantar la travesía, pero tal vez amilanen la desesperación y hasta le pueda parecer divertido el recorrido, depende de lo que encuentre.
Señor Roque Valero: discúlpeme usted por hacer uso indebido del nombre de su última producción discográfica pero, la verdad, es que a raíz de una serie de eventos que sucedieron luego de escuchar su disco (para aquella rueda de prensa), me parece que hay un vagón lleno de estos seres que buscan un camino. También, como diría Arjona: “nadie sabe a dónde va”. Descubramos por qué. Incluyámonos en estas líneas de preocupación y ciudadanía que son el reflejo de la desidia de las autoridades, de la apatía de los que se acostumbran, de la mirada de quienes viajan por los rieles del Metro de Caracas. Sumerjámonos entonces, en lo que verdaderamente hacemos en el día a día para llegar a nuestros hogares: protagonizar la misma Odisea, que una vez Homero “escribió”.
Cuando tenía seis años, disfrutaba los fines de semana junto a mi mamá. Me llevaba a un sitio “lejano” como Sabana Grande y en el boulevard comíamos helados y soltábamos papelillos en carnavales. Otros lugares recurrentes eran Bimbolandia o Dinotrópolis. Toda una excusa para viajar por “horas” en el eficiente Metro de Caracas. Cuando uno es niño, la medida de las cosas varía. Ahora, mi trabajo queda en un sitio al que tengo que viajar por “horas” y el “lejano” boulevard de Sabana Grande, se convirtió en, apenas, la mitad de mi camino diario. Las ocasionales visitas al subterráneo, se convirtieron en dos pasajes diarios mínimo, en los que, o me doy empujones para observar más de cerca la fisionomía de mi compañero de tren, o simplemente me convierto en autista (que solo escucha su iPod) mientras el impuntual conductor del vagón, impide que sus pasajeros lleguen a tiempo a sus destinos.
Hora: 8:30 am. Estación: Artigas. Es algo tarde para los pasajeros que debían entrar a las 8:00 am a sus trabajos. Han pasado ya tres vagones absurdamente llenos y, aún así, los más osados han intentado detener el cierre de puertas, para llegar “lo más temprano posible”. Olor a desodorante, perfumes varios, cabellos aún mojados de la ducha y ropa planchada, es la descripción común de los pasajeros. Música en mis oídos. Espero el tren de Zona Rental.
Hora: 8:45 am. Estación: Teatros. Se escucha un suspiro. Ya los empujones no existen. La mayoría de los usuarios trabajan en el centro de Caracas y dejan el vagón libre en esta estación. Luego de 30 minutos de pie, es hora de sentarme y sacar un libro. Muy cómodamente me dispongo a leerlo, cuando me fijo que… Hay retraso. Las puertas no cierran, el muchacho de la franela beige tiene una escandalosa música como atmósfera perfecta para el momento y, además, el señor de al lado cabecea con insistencia. Su sueño como que está… divertido. Me cae encima. ¿Bello, no?
Hora: 9:00 am. Estación: Plaza Venezuela. La primera parte del recorrido está hecha. Los Amigos Invisibles me dicen algo cierto: huele “a jabón Camay”. Sonrío y sigo a la espera del segundo vagón. Me doy cuenta de que la más variopinta diversidad cultural está a mi alrededor: una muchacha de tez blanca con blue jeans y Converse, un señor ejecutivo con su loncherita en mano y hasta un abuelito trigueño con pantalones caqui arremangados y alpargatas. Linda estampa. Llega el tren. Cuando ingreso, no tiene aire. El sudor, la cercanía… Todo un sauna. No puedes cambiarte a la puerta siguiente por la cantidad de gente. Resignación… Paciencia.
Hora: 9:15 am. Estación: Chacaíto. Empieza la nota cultural. Y es que, siempre, en esta estación, entran los performances. En mi clase de Teorías de la Imagen, el profe dijo que la función vicaria de la comunicación en el arte está dirigida hacia los no límites, a mirar lo cotidiano con una perspectiva artística. No sé si esto sea un performance, pero aquí he visto a los Metro Boys cantando versiones de baladas pop —que ya hasta sacaron un CD con las propinas—; “Los que vienen del Federal”: múltiples raperos con las mismas líricas para grandes y chicos, “improvisadas al momento”; chamos de bachillerato al más puro estilo de Rakim y Ken – Y; y mi más reciente descubrimiento: un señor chavista cantando gaitas. Al cual, por cierto, uno de los trabajadores revolucionarios despojó de su cuatro y lo invitó a retirarse de la estación. “¿Chávez nos quitó la libertad de expresión? El día que eso pase, dejaré de cantar”, nos dijo antes de irse.
Primer destino cumplido. Continúo mi observación participante al mediodía.
Hora: 12:15 pm. Estación: Los Cortijos. Siempre de vuelta la cosa es distinta. Los pedigüeños tienen horario y también citaré a PNG, “ellos practican una Mercadotecnia perfecta”. De esta forma he conocido a:
- La pide pide, la fastidiosita del Metro: utiliza frases cómicas como esta para presentarse y decir que, gracias a los usuarios que le prestan ayuda, ha podido criar a sus hijos. Que es la última vez que lo hará, porque ya decidió trabajar.
- VIH positivo: este pana aleja a los más temerosos. Pide dinero para comprar sus medicamentos. ¿Es que acaso nadie sabe que Venezuela es el único país del mundo en el que los remedios para controlar el virus, son gratis?
- Mi hija de 3 años, murió hace 3 días, me faltan Bs. F. 100 para su entierro: lo vi mintiendo unas dos veces, con el mismo cuento, y no le creí a nadie más nunca.
- La llorona: este es el caso más reciente. Una abuelita que llora a las puertas del vagón y sin más va pidiendo. ¿A quién no se le arruga el corazón? Sería la verdadera revelación de los “Metro Choice Awards 2009”.
Hora de un break. Hora de clases.
Señores pasajeros, tengan muy buenas tardes, estación terminal… ¡Pero no todo es malo! En los rieles aquellos se comparte una leidita de periódico, una pastilla en caso de malestar, una conversación a mitad de la tarde, un reclamo a la prohibición de la publicidad, o simplemente una sonrisa. Ayer vi a un niño que coloreaba sus ilusiones al compás que la velocidad le permitía. No conocía de iPod, de libros, de abanicos para el calor… y fue entonces cuando recordé que mientras más años cumplimos, la imaginación se nos va opacando y las desventajas de la vida florecen en cada detalle a nuestro alrededor. Fue entonces cuando
“la agradable voz del vagón” (como diría mi amigo Leo) me avisó que había llegado de nuevo a la Estación Artigas. Se había terminado mi día activo en la calle con las anécdotas de haber visto un mestizaje de estilos en Plaza Venezuela, una mentira piadosa para ganar dinero, un olor a decisión y una poesía descubierta otra vez. Me alegré de no haber tenido que presenciar un arroyamiento, o una evacuación repentina. Crucé el puente que hay entre la estación y mi casa, y lo utilicé como ejercicio para escuchar las notas de la última canción del día. Finalmente, reflexioné acerca de lo afortunada que soy al no tener que aguantar horas eternas de cola a pesar del cansancio de la transferencia. Es maravilloso, disfrutar la oportunidad de ver el caos que es Caracas, con la parodia de idiosincrasia que tenemos.
Los dejo con una
fotogalería fabulosa, que ilustra un poco más el panorama (hacer click en "fotogalería" para verla).