miércoles, 23 de febrero de 2011

Linor

Hola, amiga:

La verdad es muy difícil para mí cumplir en este momento la promesa que me hice alguna vez de hacer una carta para despedirte. Llevo un mes intentándolo. Y quiero pedirte disculpas por ser egoísta con mis sentimientos y darle más importancia a otras circunstancias que se conjugaron en presente a la vez que tu partida, pero me consuela saber que hasta el último momento compartiste conmigo cada lágrima y cada alegría. Sobre todo la fe y las ganas de sonreír. Lejos del miedo, precisamente ese que se distanció de ti en el momento menos indicado y te hizo caer ­–literalmente- a un abismo del que no pudiste salir más.

Lo primero que se me viene a la mente es la imagen de aquellos miles de escritos que intercambiamos en bachillerato y que pasaron a ser nuestro patrimonio. Recuerdo que cuando ya no tuvimos que usar más la franela beige, corrí a encuadernar toda aquella resma de hojas escritas a lápiz con las vivencias de nuestra adolescencia. Aquel compilado con gusanillo negro y tapas rosadas, más nunca volví a ver. Supongo que entre tus múltiples mudanzas lo olvidaste, en el mismo lugar en el que dejaste escondida una decena de cajas de regalo contenedoras de profundo amor.

Tu última mudanza fue realmente sorpresiva. Antes de irte lejos pasaste por aquí bella, tranquila, parecías feliz y hasta lucías bronceada luego de conocer Margarita. Margarita, una isla que me hubiera gustado compartir contigo, porque es bien parecido a mi sinónimo de felicidad. Tenías meses sin encontrarte con el mal y sus vicisitudes. Y en aquel momento hasta creía que yo era la que tenía que rectificar ciertas cosas que estaban pasando en mi cuerpo y mis sentimientos. Por eso, después de cumplir con mi pecaminosa impuntualidad, te pedí que me acompañaras a caminar cargando con los temores de una mujer que estaba aprendiendo a comportarse como tal y a sufrir como ella cree que no se merece.

Te cuento que nada de eso ha cambiado. Las personas que son nuevas en mi vida saben lo importante que fuiste y me vieron de traje negro en el momento en el que nos dijimos adiós. Para mí eran tres amigas, Linor: Gianni, mi hermana; Yandreína, mi incondicional; y tú, mi espera. Ese silencio que se prolongó siempre aún cuando necesitaba que hablaras, pero que aprendí a dejar de extrañar tan pronto como aparecías para hacerme saber que, a pesar de tus errados discernimientos y mayores celos, te encontrabas bien.

¿En realidad estabas bien? ¿Es verdad que mentiste tanto como ahora todos pensamos, sólo para complacer nuestras peticiones? Hay muchas preguntas que no sólo quedarán sin respuesta, sino que además no me interesa formular. Lo que te puedo contar es que en ese mismo instante en el que tú alucinabas y tomaste una fuerza de voluntad insospechada, mi incredulidad fue tal que no pude dejar de vivir mi vida normal hasta que te vi acostada al lado de las lágrimas más devastadoras que puede derramar alguien: las de una madre por su hijo.

Vestirse de negro es asumir que hay un dolor que exteriorizar, que merece convertirse en público. ¿Sabes? Lograste reunirnos aquel día como la promoción que recuerdo, una llena de logros. Seguimos siendo chamos echados para adelante, con sueños que cumplir, con miedos que afrontar y con unas ganas inmensas de vivir. Ninguno se explica que tú, siendo la más explosiva y alegre del salón, hayas podido dar el paso –voluntariamente­­­– mucho tiempo antes de lo que estaba previsto para ti. Pero yo he fungido de delegada, una vez más (después de haberlo sido 5 años en el colegio) con hacerles saber que tú cumpliste la misión que tenías en esta vida y partiste a otro lugar para seguir cantando éxitos mexicanos y bailar Las Chicas del Can.

Fueron 10 años de una amistad que nadie va a suplir, amiga. Son muchos cumpleaños juntas. La primera cerveza, el primer amor, la primera lágrima por un chico, la desilusión, los juramentos de adolescentes, miles de 15 años en los que yo criticaba las usanzas de antaño y tú las amabas. Los conciertos de Olga Tañón cuando descubriste que más que un merengue bien bailado, había que disfrutar del show en el Poliedro. Y fui por ti el sábado y casi me transporto al escenario que estaba muy lejos de mí. Pero bailé como nadie, como siempre, como cuando tú disfrutabas de verme en los espectáculos de la danza cuando me creía una estrella, aunque no fuera la mejor.

La mirada de rabia cuando estuvimos molestas y el abrazo asfixiante cuando una creía que ya no pertenecía a la vida de la otra. Pero cuando conversábamos nos dimos cuenta, siempre, de que los segundos no habían pasado. Que los cuentos que había que echar para terminar ese rompecabeza que llaman “vida” no hacían demasiada falta si estábamos juntas de nuevo y nos creíamos amigas. Porque el verdadero significado de la amistad sabíamos que estaba cerca del cariño que ambas nos atrevimos a experimentar desde los 12 hasta los 21 años, con sus descansos incluidos.

Todavía mi abuela, Tati, hace cremas de verduras con un sabor exquisito que esperan a que tú vengas a devorártelas. En las misas siguen nombrándote cada mes y ella derrama lágrimas recordando el último abrazo que viniste a darle en la casa, a manera de despedida. Nunca imaginé que tu mamá y la mía podrían abrazarse en un sentido pésame. A decir verdad, aún no creo que pueda pasar todo esto sin que estés presente para irnos al rincón y cotorrear sobre esas incongruencias que pasan frente a mis ojos. Yo te confieso que estuve en shock mucho tiempo y que me dejé vencer por un duelo rápido, pero muy sentido. A veces creo que me acompañas en mis noches de insomnio frente a la computadora. Y aunque sé que no me leías a diario en el periódico, entiendo tu emoción por los artistas con los que ahora trabajo. Hay personas que conocí por ti y ahora trato sin necesidad de que haya nexo que nos una. A pesar de las preguntas imprudentes, de los pensamientos recriminatorios, de las preguntas sin respuestas, de las mentiras, del juicio y de la mirada de lástima y negatividad, yo te digo: Linor, gracias por estar en mi vida. Te quiero muchísimo y sé que la vida nos va a volver a encontrar. En las palabras, en los recuerdos, en las personas que tuvimos cerca y en quienes puedan leer este discurso de absoluto cariño y mejores recuerdos.

Un abrazo, siempre exagerado.

MaR.-

1 comentario:

DINOBAT dijo...

Es un viaje, no un destino...