martes, 19 de abril de 2011

Encuentros (I)

La cama, el escritorio y un bolígrafo: imagen repetida de los poetas insomnes. Respiré smog desde la ventana, sin necesidad de tener la condición para protagonizar aquella escena, y pensé en una larga lista de cosas pendientes: un café, un baile, una sonrisa a media tarde, cinco minutos de descanso. Un recordar a tres pasos de distancia, un estremecerse con la melodía de alguna canción. Extrañar y no sentirme invadida, cantar sin saber que soy escuchada, caminar por la misma avenida de aquel allá, odiar con derecho y sin actos de contrición. Seis verbos que podrían ser cien, todos en el mismo tono de reclamo.

En medio de lo personalista de mi discurso, en la misma ventana del humo contaminado –la autopista y la valla de Polar- apareciste tú. En mi celular y sin motivo. En mi vida sin pedirme permiso. En mi universo de cosas pendientes, cuando pensaba que tú eras una asignatura eximida y desechada. Un recuerdo convertido en presente, un regalo que esboza una sonrisa nostálgica y súper conmovedora. Alguien que cree que mi rostro perfecto es el de las palabras anónimas. Esa persona que no ha cambiado, a pesar de los años. Que sopla el viento y desnuda momentos, historias grandes e inconclusas, escotes a medio mirar. Que camina con los golpes fuertes y determinantes, a pesar de su carácter compasivo; que se aventura a permanecer en el camino de la verdad, aunque le guste de vez en cuando jugar–a ser real sin darse cuenta-.

Así te me dibujaste. Sin reglas, ni obligaciones o compromisos, sin poses, con años encima y un cuento que echar, tragos de por medio. Mucho más que compartir, nuevamente sin prejuicios y con confianza plena. No sé en cuáles términos, no sé por qué motivo. ¿O es que nunca te fuiste?

Sé que estamos bien. Sé que mi norte es el cielo de las oportunidades que cada día son más y mejores. Y para allá vas tú también, haciendo lo que te (nos) gusta. En este cruce de camino me encontré una espina clavada –o dos-. Se parecen a la maldad no reconocida y a los sueños que dejan de ser tales porque no tienen alas que sostengan aquellos cuerpos sin vida. Que creen en el ser acondicionado para un fin y no en el talento innato de algunos. Son puntaditas que arden un poco, pero que se sacan fácilmente del camino porque no son malezas que puedan crecer demasiado frente a personas como nosotros.

Debo confesar que, justo cuando describía la primera escena de este texto, hubo un montón de cambios hormonales (quizá fue solo uno o ninguno, pero yo soy exagerada) y se convirtieron en todos los sentimientos que pueden darse a raíz de tres encuentros tan significativos: el lienzo en blanco de la desilusión, la decisión puesta en marcha y el cruce de caminos que piensa a futuro. Sin saberlo fuiste un bastón inesperado en el que puedo drenar sin ser juzgada o no atendida.



PD: Hay una hoja de colores al final de un libro hecho a mano que solicita una pluma valiente que quiera continuar anexando páginas. Gracias por cumplir la promesa más importante.

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