domingo, 24 de agosto de 2014

La primera vez


*Por menos selfies y más miradas encontradas. 
Por las fans enamoradas que no quieren curarse nunca de esa enfermedad. 
Por la salsa, el cuatro y los viajes.


Estábamos hartos de rodar. No estoy entrenada en giras de rock y no sabía que era vital llevar una almohada portátil, de esos cojines de colores rellenos con pelotitas de anime. Ese día me tocó compartir asiento con Hugo Fuguet a mitad del Pullman en el trayecto Mérida-Maracaibo. Pero él, hiperactivo, hablaba demasiado con el Negro Álvarez, que no paraba de hacer chistes con su esposa en el asiento de al lado. Ya era más tarde que el mediodía y no sé en qué caserío estábamos, pero vi –en uno de esos despertares breves- que el puesto del Morocho Gavidia estaba libre. Se lo robé y no solo utilicé su almohada, sino que además extendí mis piernas en la doble butaca reclinable. Aproveché que era la menor de las 3 mujeres que había, en las 40 personas que viajábamos desde San Cristóbal.

El día anterior se había presentado la Movida Acústica Urbana en el Centro de Convenciones Mucumbarila. Era la segunda de seis presentaciones –que no llegaron a realizarse- de una gira nacional que pasaría por el occidente de Venezuela, en principio. Asier Cazalis, el vocalista de Caramelos de Cianuro, ya estaba en Caracas. Desde San Cristóbal tuvo que viajar de vuelta por compromisos con su banda. Desde ese momento sabíamos que la venta de entradas no iba bien. Que si el país, que si el precio de las entradas, que si la falta de presupuesto en publicidad. También el apuro y la falta de apoyo real de los pocos patrocinantes. La tipografía de la imagen. La premura con la que salimos adelante. Pero también la ilusión comprometida y las ganas de hacer país impresa en un afiche que no dejaba leer desde lejos que en un mismo escenario estarían los ocho vocalistas de bandas pop/rock más representativos de la escena nacional + 12 músicos de raíz tradicional del más alto nivel. Que lo que pudieron ver se llamaba Rock & MAU y tenía 12 shows agotados en Caracas y 2 discos en el mercado, con un tema inédito de Servando Primera.
De pronto se paró el autobús. Unos guardias nacionales del caserío (del que nunca supimos ni nombre, ni ubicación) subieron a revisar. Dijimos que la unidad estaba ocupada solo por músicos que tenían un concierto en Maracaibo. No nos creyeron y decidieron revisar.

En el pasillo, que se hizo infinito y reducido, ninguna cara les resultó familiar. Hacia la cola del bus, los raperos Apache & Cotur MC, Álvaro Paiva y Servando dormían la fiesta del día anterior. Uno de los guardias reconoció a Servando. Le tocó el hombro emocionado y él se despertó asustado sin entender por qué tenía el rostro de un GNB a menos de dos metros de su rostro. “Sí, son músicos. Vámonos”. Y desaparecieron.

La costumbre de creer que el delincuente es la autoridad.



Arístides Barbella vive en Panamá desde hace unos meses, después de que reunió a su familia Malanga en un restaurante para confesarle sus planes personales. Pero volvió para estos conciertos.
Ese país de Centroamérica se ha vuelto un estado frecuente en la reunión de los exiliados venezolanos. El “Sr. Malanga” es parte de Rock & MAU desde el primer concierto, en la Navidad de 2011, cuando lo llamaron para hacer música en el Trasnocho Lounge una noche cualquiera de guaracha en diciembre. Ari no podía faltar. Pero tampoco podía dejar de ver a sus hijos que lo esperaban en Caracas desde ese día que se fue. Por eso viajó a Caracas en un taxi, con Horacio Blanco –vocalista de Desorden Público- y Adolfo Herrera –el baterista de la MAU- cuando supieron que la gira no continuaría.
Nana Cadavieco fue la única de los cuatro vocalistas que estuvieron desde el principio (Arístides, Beto Montenegro, Rodrigo Gonsalves) que no pudo estar. Su vida ahora está en Barcelona, desde donde los dividendos de una producción nacional son más difusos vistos en bolívares y no en euros. El rock la verá triunfar.

A eso de las tres de la tarde, ya ni recuerdo, nos detuvimos en algún lugar de la carretera a almorzar. La fachada era como la de una churuata, con techo y piso de paja y mesas redondas de madera con banquitos a los lados. Comimos divino. Hacía un calor pegajoso que daba miedo y hablábamos felices de cualquier cosa. En la sobremesa, unas muchachas aparecieron de pronto, como de un caminito que se abrió de pronto entre la tierra, y se detuvieron en fila como atropellándose. En esa indecisión le vi a una el cabello ensortijado, la piel tostada y una franelilla blanca que le hacía buena figura.

Al único que reconocieron fue a Servando.

Lo abrazaron con una contentura en la que se escuchaban unos gritos silenciosos de felicidad. Él se paró como dispuesto a tomarse la foto con ellas, pero las muchachas no cargaban a mano ningún dispositivo que tomara fotos. Ellas ya estaban conformes. Pero Servando agarró una servilleta de la mesa y, evocando aquella primera película que protagonizó junto a Florentino en el que se intercambiaba cartas con una fan enamorada, se la firmó con la sutileza de quien sella su estampa en lo efímero, como si pudieran compartir en ese papel reciclado una historia secreta.



Tres horas después pasamos el Puente Sobre el Lago de Maracaibo Rafael Urdaneta. Nos reunimos para grabar el momento y sonreír. Cantamos la gaita. Y llegamos a las ocho de la noche al hotel, con el compromiso de ofrecer una rueda de prensa a medios de comunicación. 50 fanáticas más tenían sus celulares listos para disparar el flash en selfies junto a Servando, Rodrigo, Boston Rex. Ellos sabían qué estábamos haciendo ahí después de 10 horas de camino aunque no hubiera concierto. Las muchachas de la carretera no tenían ni idea de quiénes eran los demás artistas que viajaban en el autobús. No saben que Leonardo Padrón, el poeta de las crónicas de los domingos, escribió el libreto de la película que acababan de evocar en una churuata donde vendían carne en vara.


Aquella escena que las cuarenta personas del staff vimos con una sonrisa (en la que seguramente teníamos algún pedazo de carne metido entre los dientes) anuló por completo la importancia del espectáculo: apagó el privilegio y sucedió la sencillez. No importaron los asientos compartidos en el autobús, el after party VIP, las fotos Full Access o las conversaciones casuales. Esas muchachas y yo compartimos, sin saberlo nunca, una razón: para mi gira y para su firma, para las dos, fue La primera vez.

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