lunes, 26 de diciembre de 2016

SOS: Regalé mis Barbies


Creo que todavía no supero al Niño Jesús. Nunca perdoné que mis maestros y familiares me exigieran ser alguien honesto y terminara por enterarme que la ilusión mantenida por tanto tiempo había sido eso: una mentira. Por eso me encantó cuando, antes de entrar a la Casa Hogar Divino Niño de La Rinconada, Mireya -nuestra cómplice- nos dijo que podíamos reunir a las niñas y explicarles de dónde venían nuestros regalos.

En mi colegio me pedían todos los años que donara un juguete para los niños de un barrio en Baruta. Siempre donaba dos, tres, cuatro y no uno solo, como hacía la mayoría. Mi mamá me enseñó a ser generosa y hasta pude ir varios años a la entrega y verles las caras a las niñas que recibían lo que yo donaba. Pero nunca pude donar mis Barbies, aunque ya no las usara. Era un compromiso, porque mis Barbies estaban perfectas, con su ropa original, con su pelo brillante y oloroso a baño de crema, con sus bases para pararlas cuales princesas de colección. Hace 10 o 15 años que no las usaba y las coloqué en una repisa, donde las 27 muñecas llevaban polvo y me miraban fijamente diciéndome cada noche que su misión conmigo ya estaba cumplida hace tiempo. Pero yo no les hacía caso, aunque brillaran en la oscuridad.

Quería buscar un lugar íntimo para entregarlas y a alguien que entendiera este acto de absoluto desprendimiento que estaba teniendo. Consulté con varios amigos, pero todos iban a lugares donde las fundaciones más grandes estarían: Fundana, Bambi, JM de los Ríos... Yo quería un lugar pequeño, nuevo, donde no llegara todo el mundo, ¿por qué concentrar todos los donativos en un solo lugar, cuando hay tanta gente pasando necesidad? Y así fue como Karla, que es una de mis hadas madrinas favoritas, se convirtió en una productora estrella que hasta me paró de la cama para cumplir nuestro deseo de alegrar a estas preciosas en la víspera de Navidad.

Quitarles la tierra con agua y jabón, bañarlas con champú y enjuague de verdad, buscarles los accesorios, los cambios de ropa, los zapaticos, lavar los vestidos, fue recordar todo lo feliz que me hicieron estas muñecas desde que llegó la primera a mi vida, a los 3 o 4 años.

De pronto las estaba peinando y me venían recuerdos que yo misma ni sabía que tenía archivados en mi disco duro infantil. Acordarme de qué podían hacer, cuál era la cartera que traían, emparejarla con la otra de la misma serie. Se me fue haciendo un nudo en la garganta, pero ya no había ni tiempo, ni vuelta atrás. Las forré con papel de regalo y, mientras las metía en cada bolsa, les daba las gracias por haberme alegrado durante tanto tiempo.

Tati me acompañó en el proceso, me ayudó a coser alguna ropita -que curiosamente decía: "Genuine Barbie, Hecho en Venezuela" y volteé a decirle que ojalá esas niñas las cuidaran tanto como yo lo hice. Me dijo que claro, que seguro lo harían porque los que tienen menos suelen conservar más.
Cuando estábamos en la casa hogar, les pedí que dibujaran un deseo no material para Navidad. Algunas pidieron ver a su mamá, otra que su abuelito se mejorara -es que no puede hacer pipí, me dijo- y otra que su papá la llamara -aunque hubiera fallecido-.



Las llevamos a una sala donde Karla, con su barriga de 9 meses, les contó la historia: estas eran mis Barbies y habían esperado un montón de tiempo para ser repartidas en un lugar donde las niñas pudieran atesorarlas, cuidarlas, jugar con ellas. Sacó al azar a cada una y se las puso entre las piernas mientras cerraban los ojos y, a la cuenta de tres, tuvieron permiso de abrirlas. Descubrieron a Irene Sáez, a Esmeralda del Jorobado de Notre Dame, a la Barbie Ciclista, a la que se hace tatuajes. Saqué de mi bolso un closet rosado con ganchos y compartimientos que llené de la ropita que tenía y que guardamos en el salón de juegos para que todas lo disfrutaran. 





"Muchacha, yo cambié mi Barbie que hace compras por este Ken, porque así todas las muñecas van a querer jugar conmigo" me dijo, audaz, una de ellas.

Mientras las veía volvió el nudo a la garganta. Les pedí una vez más que las cuidaran, mientras veía con miedo cómo de la emoción saltaban los zapaticos y cambiaban la ropa con la de al lado. 

-Yo tengo 13 años- Me dijo una, mientras peinaba una Barbie increíble a la que le cambia el pelo de color con agua caliente o fría.
-Qué bueno, porque esta Barbie trae instrucciones- Y le saqué una nota especial que hice para que supiera cómo usarla.

-¿Y a ti te regalaban muñecas todos los días?- No, pero recibía una cada año y las iba cuidando mucho para que algún día las pudiera traer todas para acá.

-Yo tengo algunas muñecas, y las peino y las cuido mucho. 

(ojos aguarapados)

-No te preocupes, yo la voy a cuidar- Me dijo mientras me abrazaba.



A las abuelitas les llevamos un rico panetón que nos donó la gente de St. Moritz. ¡Estaban súper felices! #DiosSonLasAbuelas






1 comentario:

Vanessa Zerpa Rojas dijo...

Marcy linda, me identifiqué muchísimo con este escrito que hasta me sacó lagrimitas. Yo aún no he podido regalar mi colección de Barbies, pero tu valentía me ha animado a hacer lo mismo. Lo único es que voy a tener que esperar regresar a Venezuela para hacerlo, porque creo que es algo que debo hacer yo misma.
Estoy muy orgullosa de ti. Porque solo quienes fuimos tan felices con las Barbies y para quienes tuvieron un significado muy especial puede entender verdaderamente este post.
Estoy segura que esas niñas disfrutarán y cuidarán de tus Barbies tanto como tú lo hiciste. Y si te soy sincera, creo que (de alguna manera loca) las Barbies también estarán felices de poder darle alegría a otras niñas.
Te mando un abrazo muy fuerte.