sábado, 7 de abril de 2012

Semana (Santa)

Acabo de terminar Liubliana. Ese libro de nombre inentendible que, antes de abrir el PDF, me remitió al mejor amigo de todo navegador: Google. Después de comprender que era la capital de Eslovenia y que en ese puente de dragones el protagonista viviría los momentos más importantes de su vida, yo entendí que tenía que leer ese texto justo en este momento, en estos días, en esta semana tambaleante. La lectura me conectó inmediatamente con mi pasado más incómodo, ese que me encontré el domingo en una plaza de Caracas, mientras veía a un gordo de barba y camisa vinotinto bailar la excelsa Danza Kuduro. “Ese debe trabajar en diciembre como San Nicolás”, le escuché a mi acompañante, uno de tantos que se congregó ese día en el espacio público para aprovechar un festival de teatro que se hizo en Semana Santa.

Ese día había dejado los jeans para ponerme un vestido fresco para el calor. Cité a algunos de los que siempre rechazan invitaciones por Blackberry Messenger, como para no dejar. Mi mamá aceptó, aunque no tiene el aparato inteligente en su bolsillo. Fuimos. Un vocero internacional informó que la función se correría una hora y media porque, a juicio de los artistas, debían descansar del espectáculo que habían hecho una hora antes, también sin previo aviso. En fin. Mientras le explicaba a los conocidos que estaban por ahí que tuvieron que programar doble función porque la aduana no les había liberado la estructura a los franceses para que hicieran sus maromas en la Sadel, mi mamá se refugió en el Tolón. Yo no quería acompañarla, quería hacer lo que me gusta: conseguirme gente, turistear en mi territorio, bailar la pachanga de la Vinósfera que dispusieron ahí.

Me escapé. Compré un Nestea y mientras me llegaba un mensaje de texto, escuché una risa inequívoca de la que había sido copilota por más o menos un año, el anterior. En la oscuridad mi pecho se puso rojo. Escuché el chiste malo. “Este tipo sigue siendo genial, a pesar de lo imbécil” me dije, mientras respondía el sms. Caminé delante de él y vi unos mechones amarillos que me produjeron el ánimo colérico y de huida fácil. Era hora de bailar.

Paseé con alguien que andaba en bicicleta y dijo conocerme a través del Facebook. Fuimos hasta donde bailaban el gordo y sus acompañantes. Alcancé a ver algunos músicos conocidos, actores, bailarines con su porro encima. Escuché algo sobre la Velada de Santa Lucía y su pronta extinción. Danza Kuduro seguía sonando, la misma canción con la que había flechado a la aparición maldita de mi Nestea. Quería bailar.

Se agotó la conversación y me dirigí hacia donde estaba mi mamá, esperándome, sentada en el suelo como los otros espectadores. Las invitaciones de BBM esta vez fueron atendidas. Mientras abríamos espacio para todos, me tropecé con una de esas bichitas que no quieres encontrarte nunca, que no merece un mínimo respeto aunque nunca te hayan hecho nada. Ella no me reconoció. Me senté y minutos más tarde, a mi mano izquierda, estaba ella acompañando a uno de mis él. A uno que creí mío por mucho tiempo. Que de a ratos, aún, está conmigo. Como si tuviera una pared de vidrio, lo detallé, vi su dificultad para permanecer sentado en el suelo, su chaleco elegante, su camisa de vestir color morado. Ahí me di cuenta de que estaba rodeada de gente conocida, pero que a la vez no andaba con ningún grupo, que no le podía contar a nadie las dos apariciones que había tenido en menos de una hora: un él moreno y enigmático, a mi mano derecha, y otro sonriente y rubio a mi izquierda. Ambos, pasado. Ambos, incorrectos. Ambos, desterrados. Ambos silenciosos.

La presentación de los franceses fue cualquier vaina. Hacen un Festival Internacional de Teatro y traen a los grupitos que pueden, pensé. A mis compañeras de espectáculo les pareció y que digno del Cirque Du Soleil y tal. Yo, feliz de que les hubiera gustado mi recomendación. Mi mamá, tan crítica, imponente y a veces exagerada, dijo que no había servido para nada ir tan lejos de su casa a ver eso, que además duró 15 o 20 minutos. Mis amigas y yo nos fuimos al Camerino, el after party del FITC que me ha hecho rumbear por lo menos cinco días seguidos aún en Ley Seca. Dato curioso: entre ese montón de gente hippie estaba Servando Primera –el ídolo pop/salsero que me había encontrado hacía dos días en la Plaza La Castellana con su drug dealer, o algo así–. Ahí, lo que quería era tomarme una birra con alguien a quien pudiera contarle lo que me acababa de pasar. Otra vez sola, con amigos, birras y música, pero sola.

Al día siguiente no hubo ratón qué lamentar. Solo un correo que envié, a uno delos dos personajes innombrables que me había encontrado en la plaza y que no me había visto, según su respuesta. Emoción, descubrimiento, interrogantes. Nos actualizamos en escondite, prometimos vernos y lo hicimos. Esa cita fue la más clara sensación del retorno, de la incomodidad, de las ganas contenidas, de la amistad. Un día se nos olvidó que nos habíamos prometido, como una maldición, estar siempre en la vida del otro. Pero no hace falta recordarnos eso para emocionarnos mientras nos hablamos una vez al año, o cada dos, para armar un alboroto escondido, para hacer un encuentro fugaz que nunca nos da una respuesta certera a lo que queremos vivir. Fue el camino a la incertidumbre, a la soledad. Ese encuentro no fue más que un paso en la cuerda floja de la estabilidad emocional.

Corte al cine: también esta Semana Santa sirvió para verme con mi mejor amigo de la Universidad. Un mejor amigo con el que no hablo, al que no siento que pueda contarle lo que acabo de vivir. Vimos una película que creí no le iba a gustar, pero le fascino, igual que a mí. También era parte del FITC. FITC, lectura y soledad es lo único que hay para Semana Santa. Para variar llegué tarde a nuestro encuentro, por andar botando lágrimas en aquel otro lugar. Uno crea fama y se acuesta a dormir. En la indecisión de mis pensamientos no pude ni siquiera hablar de la cotidianidad o prestarle atención a la comida que cenamos después del cine. La distracción me hizo pedir un Big Mac en Viernes Santo, a pesar de mis tradiciones religiosas. Quise contarle del encuentro furtivo, del nunca jamás, del quién sabe. Empecé, pero… “Fue muy raro”, fue todo lo que alcancé a decir.

Liubliana terminó siendo el encuentro conmigo misma y con mi soledad. Con las cosas que extraño de mi pasado inmediato, de ese que me encontré en la Sadel: viernes de fiesta, domingo de cuentos, noches de amistad. La semana sigue trayendo consigo fiesta, cuentos y amistades, pero no con la misma confianza. Gabriel Guerrero me contagió de sus lágrimas, sus dolores de cabeza y su locura. Carla, de la decisión de vida. Y el miedo inminente de continuar sin tener la certeza de descifrar la vida, como pretendieron esos personajes que se forjaron un futuro lleno de espinas. Ellos murieron en Liubliana o están ahí, luchando la guerra interna más difícil. Yo no quiero morirme aún, yo quiero vivir en ese estado de ánimo, en esa sensación que aún no logro experimentar pero estoy segura de que quiero vivirla. No quiero quedarme en mi zona de comodidad. Es todo lo que sé. Quiero que me tapen los ojos en el puente y que el estómago se llene de cosquillas y de versos de Sabina, de Estopa absurda, de dolores de cabeza que tengan sentido. De la más pura sonrisa. Que tenga compañía, confianza, que dure. Que sea de verdad.

La lectura me hizo, de nuevo, enviar dos o tres mails prohibidos a mitad de la noche, a la hora acostumbrada para las locuras tecnológicas. El primero fue la esperanza, la satisfacción, el inicio de un trabajo que dará frutos bonitos y acertados, tanto como la pluma que escribió el libro. El segundo, el vacío, la no respuesta, la pérdida del encuentro que desde el domingo de la plaza, nunca tuvo sentido. En el tercero, enviado con menos fe pero con más nervios en los dedos que los otros, estaba la respuesta que esperaba: a pesar de la soledad, sé cómo robar pensamientos, aunque sea por un instante. "Quien ama ya llegó, ya vive en ella", dice el poema. Liubliana, como Manoa -la de Montejo-, no ha de ser un lugar sino un sentimiento.


1 comentario:

Anónimo dijo...

oye hoy fue que lo pude leer ,=/ ,pero me parecio muy bueno amiga ,esta cargado de muchas emociones , y citando lo que una vez vi en una lectura de paulo coelho ,la vida es asi ,son solo momentos .

pienso que asi sean malos o buenos momentos ,tenemos que disfrutarlos siempre ,se que es facil decirlo ,pero hay que hacerlo ,siempre verle un lado positivo ,por que la vida no es facil y para la gran mayoria les resulta muy corta ,entonces es mejor expresar siempre lo que sentimos y demostrar lo mejor de nosotros para poder ver hacia atras algun dia y ver que tuvimos siempre exitos ,y logros ,y de los malos momentos ,solo fueron para hacernos mejor persona

y como te lo eh dicho en otras ocaciones ,deverdad te felicito marcy ,me alegra ver como te estas superando ,amiga se que dios te seguira guiando hacia lo mejor ,pero como mujer pienso que estas llegando lejos mientras que muchas otras son conformistas por asi decirlo ,y deverdad te admiro por eso ,por que estas donde estas hoy en dia por que decidiste luchar por lo que soñaste ,o mejor dicho por lo que tu crees ,y deverdad me parece facinante ,bueno amiga espero que estes bien ,bye cuidate , sigue asi vale