Este mundo está hecho de muchas
contradicciones. Uno va arrastrando el pasado porque la historia viene con un
aditivo que se llama “sentido de pertenencia” aunque hayan pasado muchos años y
uno supuestamente haya olvidado.
Una vez alguien me dijo –en vez
de lanzarme un piropo como “te quiero”, “estás bella” o qué sé yo– que era una
mujer a quien él no quería olvidar. Y me pongo a pensar, mucho tiempo después,
¡tremenda frase! Porque cuando uno no quiere estar más con alguien lo que
quiere es olvidar. Eso es lo que pide con todas sus fuerzas, que llegue un rayo
y parta todos los recuerdos, que te arranque el corazón (a lo Ana Gabriel o más
dramático) y que no vuelva más ese malestar. Pero hay personas, hay recuerdos,
hay despechos que nunca terminan… Y que no necesariamente tienen que ver con un
hombre, con un novio, pero también tienen que ver con todo eso a la vez.
II
Cuando tenía 18 años se frustró
mi sueño de ser bailarina de Olga Tañón y girar el mundo con Chayanne y sus
pasos de Torero. Yo pensaba que tenía
el talento, pero que sobre todo tenía la preparación. Y me di cuenta de que más
que lamentarme porque el Niño Jesús no existía como yo pensaba, tenía que lamentarme
porque me habían hecho soñar muy alto sin trabajar para lograr esos sueños. Desde
luego que, en el camino, fui encontrándome a gente que –como yo– quería lograr
un puesto en la danza en Venezuela. Pero en otras danzas. Que si el flamenco,
que si la danza contemporánea. El reguetón no existía como un género urbano que
se impartiera en academias de baile. Y yo que bailaba salsa casino en paralelo,
y competía a nivel nacional con otras agrupaciones de gente muy dura, era
considerada la “manzana de la discordia” del grupito aquel (en comillas porque
un día escuché que la frase era textual).
Total que me aparté. Se me acabó
mi castillito de arena de 15 años en un lugar donde fui formada con los peores
referentes de baile, con las técnicas mal empleadas, con gente que tiene
trastornos de personalidad. Total, tenía QUINCE años bailando. Total, podía
quedarme dando clases de tap a niñas de cuatro años, que pudiera mal formar. Total,
las academias de jazz moderno me iban a hacer bailar Thalía y Ricky Martin “sin
técnica alguna”. Total, yo era más que eso. Total, que perdí el tiempo. Total, total,
total. Me dieron una constancia donde dice que estuve un año menos de lo que
aquí digo, como por no dejar. Me dijeron que no volviera más, porque incomodaba
a uno de los platos fuertes de cada presentación. Luego, me pidieron un tiempo después
que volviera solo para una presentación porque era parte importante de la
historia del lugar. Y, cabizbaja, acepté. Por lo que dije más arriba del
sentido de pertenencia, debe ser. Fue la última vez que las vi a todas. No pude
llenarme más nunca de hipocresía.
Pero resulta que como uno
arrastra el pasado, y los recuerdos, y quince años de historia, mañana tengo
que volver a verlos a todos juntos. Supongamos que es así: profesoras de
primaria, directoras del colegio, sus hijas y nuevos parientes, sonrientes,
felices. Aupando a unos graduandos de un plantel del que blasfemaron quemando
las franelas con esa insignia frente al otro colegio –a mi colegio–. Yo, del
lado de los “desterrados” aplaudiendo a otros de los graduandos, que al final
son los mismos, porque todos llevamos la misma identidad. Al final, la foto
grupal. Porque en Facebook sí que todo el mundo es amigo. Sí que saltas
victorioso con la mejor sonrisa. Ahí sí que todos nos hacemos los locos porque
no estamos dispuestos a los “showcitos” delante de nadie. Porque hay que
guardar la compostura. Porque hay que enfrentarlo. Va a ser así de por vida.
III
Mi mejor amigo creció conmigo en
el mismo ambiente que yo, rodeado de las mismas personas, incluido en los
mismos bailes, pero nunca se interesó en meterse de lleno hasta este momento. También
soñó con bailar al lado de grandes artistas payoleros, para verse en los
mejores conciertos, pero solo ha alcanzado a certificarse como instructor de
salsa casino y bailoterapia. Él se convirtió, hace unos meses, en el amigo de
turno de una de mis compañeras de baile que dice ser mi madrina, porque yo la
escogí cuando tenía 16 años para que me acompañara en todos los pasos que diera
en mi vida de una manera bonita, contemporánea y espiritual. Pero más que eso,
la veo como una de esas que no cumplió nunca el sueño de ser una bailarina
profesional de flamenco por flojera, por sobrepeso y por falta de ímpetu. Y que
se la pasa adherida, más que con la pertenencia, con una marca imborrable a
juro. Con un tatuaje, incluso. Y ya.
Ahora, con su técnica de dos años
en una academia de flamenco estándar, abrió otra. Una compañía que se va a
presentar mañana –casualmente– en una plaza pública, con un calentamiento de
pies dentro de una canción de Melendi y cuatro sevillanas. Por cierto, que
quienes van a bailar esto son cuatro de las personas que nunca terminaron de
calar en la danza, en mi danza, y que por algún motivo tuvieron que salirse. Nefasto.
Mi amigo hasta por Twitter me ha
pedido que vaya. Y uno por los hermanos, he aprendido (porque soy hija única),
hace casi cualquier cosa. Hasta un pase de cortesía le pedí a la host del programa de radio donde
trabajo, para acompañarla y a la vez verlo en primera fila. Todo se junta.
Entre esto y ver a mi otra (casi)
hermana semi-desnuda en el programa de Chataing, el periódico de bajo renombre
El Propio y en los juegos de basquetbol, amén de unas sesiones de fotos
impúdicas y el trabajo de garota que tiene en las noches de los fines de
semana, no sé qué pensar. Siento que soy la única en todo este mundo en el que
me crié que salió un poquito diferente al nido de víboras.
Mi primer novio, que fue parte de
todo esto, tampoco ha podido salirse del asunto. Aunque él lo (medio) vio todo
desde afuera, siempre ha aceptado ese tipo de “participaciones especiales” que
yo decidí no recibir más. A él, seguramente, que también lo veré mañana. Nervios
de punta.
IV
Mañana todo se junta. O no. Pero supongamos
que sí, que todo se junta y que no le quiero huir a nada, que ya es hora de
enfrentarlo. Ajá, me visto bien, me maquillo y me tomo la foto. ¿Qué más puede
pasar?
Hay momentos en los que uno busca
una aprobación invisible, pero para este tema nunca la puede haber. De ningún
lado, porque todas las aristas de mi vida están involucradas en esto. A veces
me parece que justamente toda la gente nueva que he conocido está replanteando
mi sentido de pertenencia hasta otro lugar… Aunque de a ratos me sienta sola en
la transición.
¿Qué más puede sentir uno, si no
es lástima, por la arena que les cae pensando que el castillo es de concreto?
Yo tengo una hora de clases de
baile a la semana que está a mi nivel y en el género que quiero y con los
profesores que quiero. Yo tengo un pre-grado y pronto un post. Yo tengo otros
amigos. Tengo orgullo para darle a mi familia. Tengo mucho trabajo en el área
que me gusta. Tengo una tesis a punto de publicar, de danza, por cierto. Donde descubrí
que todo el origen viene de otra parte. Tengo polvo que quitarme del hombro. Ahora
tengo dignidad.
¿Perderme todo esto?
NO.
Péinate, que viene
gente.
PD: ¿Tú qué opinas?
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