Por Dios, ¡¿es que acaso es un pecado tener 23 años de edad?!
I
El bendito tema de la edad. Desde
los 12 años, cuando me empaté con Orlandito –que para ese momento tenía 17-,
los años que uno tiene lo dividen de la felicidad. Mi mamá, a la que para
entonces no podía mentirle con tanta facilidad, me fue a buscar a la iglesia
que era el sitio donde él y yo nos veíamos luego de la misa de las 5:30 pm los
días que yo no tenía que ir a las clases de danza. “Esto se acabó”, nos dijo.
Acto seguido, nos separó del abrazo en el que estábamos sumergidos en las
escaleras del estacionamiento del templo y ella le dijo a él unas palabras que
nunca escuché, pero que me hubiera gustado saberlas. Desde ese día nos veíamos
solo en el liceo y nos dábamos besitos escondidos en el recreo. Pero hubo un “no
sé qué” que no me dejó gritarle al mundo que ese era mi primer noviecito y que
quería vivir la historia con él. Mi edad era muy poca cosa. Mis intereses eran
demasiado absurdos para ser verdad. [Punto para el equipo contrario].
II
Cuando llegó Luigi a mi vida,
triunfó el amor. Claro, seguro es porque yo era mayor que él. Uhm, cierto. De
nuevo la edad. Yo de 17, en 2º de Ciencias; él de 15, estaba en 9º, pero en
otro colegio. Sí, sí. Pero como era músico y tocaba con Olga Tañón, RBD,
Gilberto Santa Rosa y esos grupos así, entonces no importaba. Con él viví una
relación de tres años de romanticismo de niños. Las saliditas, los besos, los
primeros celos reales, las primeras lágrimas. Al año se nos había olvidado de
dónde nos conocíamos y cómo había surgido todo… Hasta que entré en la
universidad. Entonces el tema del chamo en el colegio y yo no, el tema de la
carrera, de qué y a quién quiero para mi vida. El tema del cambio, del ya se
acabó, del “yo no soy así”. Se acabó porque se tenía que acabar. [Punto para el
equipo].
III
Empezó la época de la rumba, de
los panas con carro, de las fiestas hasta el amanecer. En la universidad la
edad no importa. Los que se supone que están ahí son quienes no te juzgan por
lo que hagas esa noche. Es un uni-verso de experiencias maravillosas,
personalidades distintas, pero siempre encaminados hacia lo mismo (dice uno):
graduarse. Aquí, cuando intenté por fin hacer las cosas bien en materia de
hombres, de amor y de edad, salió todo lo mal que podía salir. David y yo
éramos buenos amigos de clases, luego de algunas actividades extra curriculares
que hacíamos dentro de la universidad y un día nos encontramos en el CSI. De
esas cosas de la vida –y como refiere él: “Solo así empiezan las relaciones
inolvidables”- un día amanecimos juntos. Juntos y supuestamente enamorados. “Somos
uno solo” sonaba perfecto en sus labios cuando salíamos tomados de la mano,
cuando hacíamos el amor, cuando nos besábamos detrás de las puertas de los salones.
No resultó y toqué fondo. No resultó y me tocó verlo un año más casi todos los
días de mi vida. Aquí sí hubo lágrimas reales, depresión real, cama eterna. [El
punto aquí es para la vida].
IV
De esas cosas que uno no sabe ni
cómo, ni cuándo, un día me paré de la cama y decidí que iba a continuar. Era 2
de enero y la vida seguía y desde la ventana se veía radiante el sol. Fui a una
clase de spinning con mi mejor amigo (con la que me sentí purificada, a pesar
de que no volví), fui al psicólogo, empecé a trabajar de nuevo y a organizar mi
vida. Viajé dos veces al exterior sola, completamente sola. Me hice sentir una
mujer plena que recién descubro en pleno uso de sus facultades. Cuando digo
recién, es como si esa cama eterna que nombré antes hubiera hecho magia en mi
consciencia para despertar ayer, o hace dos horas, o algo así. No solo sonrío,
sino que me siento complacida de las cosas que he logrado de quien soy. Estoy
fantaseando con un tipo que me lleva algo así como 14 años y no es el primero.
Ya me ha pasado tres veces con tipos de la misma edad. Nunca he logrado nada
con ninguno porque quizá no son, o no me lo he propuesto, o simplemente sí será
verdad que la edad influye. Aunque, definitivamente, en todos los casos ha sido
correspondido. Estoy segura que por algo que va mucho más allá de la cama. Todo mi entorno es mucho mayor que yo y eso me gusta, me hace feliz.
Pero, cónchale, tengo 23 años y
la vida para mí es bellísima, es significante y significado de plenitud. Es
salir de mi casa y saber que no hay un plan definido, es juventud porque me
dejo sorprender, es magia porque estoy rodeada de personas nuevas y especiales
que han aparecido de pronto, aunque sí me haga falta una pareja que me acompañe
en este proceso de crecimiento desde el amor más honesto. Es sonrisa porque
siento el sustico en la panza todos los días (desde hace como uno, o dos) por
mí misma y por las cosas que hago. En definitiva, por la vida.
Siento que los 23 años que tengo son
el sostén de toda mi vida anterior, si es que alguien que lea esto cree en la
reencarnación y quiere creer en este texto. Pero juro que lo escribo desde la
más sincera de las visiones y que eso que me dijeron esta noche, una vez más,
de que mi edad era la palabra más minúscula en la que yo podía creer, es
mentira. Si yo colocara en una balanza esos dos números versus las cosas que yo
he logrado hasta ahorita, la superación personal sería aún mayor. Dudo,
sinceramente (y aquí pongo en práctica el consejo que me dijo mi queridísimo APB),
que todas esas miradas penetrantes dejen de sorprenderse de los éxitos que
hasta yo misma no sé que logro, quizá sin proponérmelo. Estoy orgullosa de mi
edad y de mis ganas de seguir haciendo. Estoy feliz y agradecida de la vida que
me ha tocado vivir. Cada quien tiene su tiempo, su espacio, sus ganas. Y las
mías son infinitas, al menos por ahora. [¿Que la edad, qué? Nada de empates, yo
quiero seguir sorprendiéndome. Que gane la vida].
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