sábado, 28 de diciembre de 2013

Balance 2013 y los sueños de 2014

Me encantó Maracaibo y su exageración. Me comí los mejores patacones –los únicos– de mi vida. Dejé que unos extraños intervinieran mi franela. Comí sopa en la plaza de Santa Lucía sentada frente a una iglesia que prendía de colores en la noche. Entré a casas de extraños a ver arte. Lloré con las palabras de una mujer que se disfrazó de Santa Lucía por 12 años. Manejé bicicleta en la Vereda del Lago con más de 40 grados centígrados de calor (y con falda).


A su llegada se murió Chávez y comenzó la conmoción. Caminé del Hospital Militar a Los Próceres. Vi la urna, a la gente llorando, a mis amigos periodistas reporteando el acontecimiento más grande de la historia contemporánea de Venezuela. Vi magia, vi mareas rojas, vi sentimiento real. Hice mi cola para entrar a la Academia Militar y rendirle pleitesía. Pero no lo logré y me siento en deuda por ello. Después de ocho días volví a encontrarme con la urna: esta vez desde una furgoneta que vi de lejos en el 23 de enero, antes de su “siembra”. Todavía no he ido al Cuartel de la Montaña. Todavía no he visitado la iglesia de San Chávez. Pero hay quienes le rezan.



Conocí Panamá y todavía no logro entender cuál es la afición de los venezolanos por un país que tiene un clima pegajoso, unos pobladores con un nivel socio-cultural que no creo muy elevado y una península sin grandes riquezas. Fui a abrirme una cuenta en dólares y no lo logré. Se me bloqueó la tarjeta de crédito. El hotel que escogí era horrible. En fin, ratifiqué entonces que los centros comerciales no me atrapan y que somos muy desafortunados al tener que lidiar con tanta burocracia. Entendí exactamente qué es Cadivi en pleno “duelo presidencial”.



Voté y creí que por primera vez íbamos a ganar. Ayudé a 14 personas a votar por el mismo sueño que yo. Me sentí valiente, ciudadana, constructora de democracia. Me sentí defraudada unas horas más tarde. Me sentí como se sienten ocho millones de personas que no tienen más nada en qué creer pero que siguen aquí, votando, queriendo, pero enguayabados.






Me pusieron ortodoncia y logré sobrevivir. Dicen que falta poco para dejar de usarla. Viajé por primera vez a Margarita con uno de mis amigos y en mucho tiempo con Tati, cosa que me encantó. Me pinté el pelo con mechones rojos. Eso me hace ver con el cabello de color distinto cada vez, dependiendo del tinte. Y del sol.

Uno de mis propósitos en año nuevo había sido cambiar de trabajo. Pero lo que yo misma no entendí nunca era que mudarme a una oficina no iba a significar dejar todas las actividades que ya tenía en agenda. Me convertí en la editora de contenidos de HoyQuéHay y todavía no digiero bien qué significa dirigir una agenda y cuatro personas y muchos planes. Además de eso RockandMAU le trajo varias bendiciones a mi vida: tuve la oportunidad de ser la jefe de prensa de un concierto en el Teatro Teresa Carreño que resultó agotado, luego dos grandes en CorpBanca y además me dio la dicha de conocer de cerca a, por lo menos, sesenta músicos top de la escena musical venezolana en casi todos los géneros. Desde Malanga hasta Gaélica, pasando por La Vida Bohéme y su Grammy y Betsayda Machado y Servando Primera, y Masseratti 2lts o Alfred Gómez Jr. Todos maravillosos, grandes, talentosos. Todos Venezuela.



En VayaAlTeatro hubo varios episodios lindos también: trabajar con la sensibilidad de Cayito Aponte, conocer un poquito más a Tania Sarabia, aprender del Profesor Briceño. Ahí seguí. También con Rocío y sus Cinco Minutos Espectaculares en Unión Radio, proyecto que terminamos en diciembre. Pero lo que nunca me imaginé fue que tendría un espacio para escribir sobre el país que tenemos y el que podemos hacer, en un blog de Prodavinci o en una página de Revista Ojo. Ahora sí me siento realmente en Narnia: ese es uno de los regalos más importantes de 2013. Ese y haber publicado dos libros que tienen mi nombre. Ese y escribir.



Uno de los dos libros me llevó por tres años a Choroní y por dos a Boconó. Este año también viajé a esos dos lugares y me di cuenta que ambos tienen el encanto que un turista pocas veces descubre en las grandes ciudades, que los pueblos purifican el espíritu con su paz y su gente. Me ofrecieron comida en casas de gente que nunca había visto en mi vida, me monté en el carro de la directora de un colegio al que fui a dar un taller de crónica, me dejaron gratis el pasaje de autobús por escribirle la crónica a un personaje de Choroní sin el que los habitantes no podrían trasladarse nunca.



Antes de cerrar el año me fui a Bogotá y luego a Medellín. Me quedaron recuerdos muy gratos de esas ciudades que padecieron terrorismo, drogas, violencia, prostitución; que también tuvieron a Bolívar y a Santander y que ahora son lugares amables para estar, con edificios con parques al frente para jugar y bibliotecas en los barrios para ir a reconocerse. Con avisos de cultura en las estaciones del metro y con grafitis de Ágata Ruíz de la Prada en vez de bandoleros. Colombia, la hermana es la mayor de este matrimonio. Pronto, con cultura, podremos alcanzarla.



Venezuela es un país que poco a poco me está alejando de mis seres queridos. Este año Ernesto, uno de mis mejores amigos del colegio, se fue a vivir a Chile y Mariana, del mismo grupo, se fue por unos meses a Victoria en Canadá. Cuando me dieron el golpetazo de la despedida, entendí que la crisis ya estaba tocando a la clase media que nunca pensó, siquiera, en pasar sus vacaciones fuera. Cuando Mariana volvió en diciembre, lo primero que hizo fue preguntarme si yo me quería ir. Le respondí: “No, yo me quiero quedar. Pero no sé si me pueda quedar”.



En este balance también está implícito el miedo a no poder salir más de este lugar que poco a poco se va desintegrando y se va convirtiendo en otra cosa con buen clima. También el miedo a la decisión de quedarse y perder los mejores años en una esquina del mundo que no te permita desarrollarte. El miedo sentimental de quedarse huérfano y no tener una mamá y una abuelita cerca como siempre. El miedo al exilio es el peor de los miedos del venezolano que aún no ha tomado la decisión de huir porque no hay otro lugar que sea tuyo como este. Mis ganas de construir se concentran, por ahora, en una maestría en Gestión y Políticas Culturales que debo terminar y 27 chamos que tienen el sueño de ser comunicadores sociales de la Universidad Católica Andrés Bello. En seguir votando y creyendo en la democracia. En seguir.

Que todos podamos seguir, juntos, en 2014. T O D O S cabemos en el mismo año y en el mismo lugar. Todos podemos decidir que queremos seguir hacia adelante. 


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